El Nombre de La Rosa - Umberto Eco

"(...) hacia la pared meridional ROMA (¡paraíso de los clásicos latinos!) e YSPANIA. (...) Entre oriente y septentrión, a lo largo de la pared, ACAIA, buena sinécdoque, como dijo Guillermo, para referirse a Grecia (...)

martes, 26 de noviembre de 2013

Catulo - Poemas Selectos

 I
¿A quién ofrezco este librillo nuevo
y ameno, recién pulido por la árida
pómez? A ti, Cornelio, que estimabas
en algo mis pequeñas naderías,
ya cuando narrabas la historia itálica
en tres volúmenes doctos, por Júpiter,
y elaborados, con tu original
osadía. Toma pues lo que sea
de este librito, valga lo que valga,
y que éste permanezca más de un siglo
sin marchitarse, oh musa virginal.

 II
Gorrioncito, joya de mi pequeña,
con quien juega, al que resguarda en el seno,
al que suele dar la yema del dedo
y le incita desgarrados mordiscos:
cuando a mi deseo resplandeciente
le place tornarse alegre y aliviarse
de sus cuitas, para aplacar su ardor,
¡cuánto me gustaría, como hace ella,
jugar contigo y desterrar las penas
lejos de mi triste ánimo!
(II b)
Me es tan grato como a la niña el fruto
doradito que soltó el ceñidor
que tanto tiempo permaneció atado.

 III
Llorad, tanto Gracias y Cupidillos,
como todos los hombres más sensibles.
El gorrioncito de mi niña ha muerto,
el gorrioncito, joya de mi niña,
a quien amaba más que a sus ojitos;
pues de miel era y conocía, como
la hija conoce a su madre, a su dueña;
nunca se apartaba de su regazo, 
sino que, saltando a su alrededor, 
piaba constantemente para su ama.
Y ahora hace un camino de tinieblas,
hacia un lugar de retorno prohibido.
Sed malditas, malas sombras del Orco,
que fagocitáis todo lo precioso;
me arrancasteis este gorrión tan lindo.
¡Oh, acción malévola!¡Oh, gorrión perdido!
Ahora, por tu culpa, los ojitos
hinchaditos de mi niña se encarnan.

 IV
Aquel barquito que veis cuenta, oh huéspedes,
que él fue, de todas, la nave más rápida,
jamás trabada por el traidor leño
flotante. Bien con los remos volar
podía, si era necesario, bien
con las velas de lino.
Y niega que esto niegue la acechante
costa del Adriático, o las Cícladas,
y Rodas la noble y Tracia Propóntida
terrible o el furïoso golfo Póntico,
donde, antes de barquito, fue un tupido
bosque: pues en la cima del Citoro,
con parlante crin, lanzó silbo hermoso.
A ti, Póntica Amastris, en boj rico
Citoro: afirma que fue conocido
por ti y que en su origen último sobre
tu altura se mantuvo firme; aguas
fueron las tuyas en que hundió sus palas.
Y desde allí portó a su señor, ora
viniera diestra o siniestra del alba 
la llamada, por tanto mar soberbio;
ora hiriera Júpiter el velamen
con acción favorable.
Y no había hecho votos a los dioses
costeros, cuando de la mar llegó
por fin hasta este cristalino lago.
Pero esos tiempos pasaron y ahora
envejece en recóndita quietud,
dedicándose a ti, gemelo Cástor,
y también a ti, de Cástor gemelo.

V
Vivamos y amemos, oh Lesbia mía,
y démosles menos valor que a un as
a las voces de los viejos severos.
Los astros pueden morir y volver;
muerta nuestra breve luz, deberemos
dormir una última noche perpetua.
Dame mil besos, seguidos de un ciento;
luego otros mil, luego un segundo ciento;
luego otros mil seguidos, luego un ciento.
Después, hechos ya muchísimos miles,
revolvámoslos, para no saber
ni nosotros, ni el malvado que mira
acechante, cuántos besos nos dimos.

VI
Flavio, de tus deleites a Catulo, 
si no fueran burdos e indecorosos,
hablar querrías, sin callar detalle.
Pero yo no sé qué puta febril 
prefieres:¡tanto te apena decirlo! 
Pues tú no yaces una sola noche
solo; tu cama aulla, sin quedar tácita
nunca, olorosa de algún sirio aceite
y guirnaldas; y quedan tus cojines
gastados, entre el chirriar que sacude
tu lecho, tan trémulo y fatigado.
Pues no sirve de nada que los crápulas
callen: ¿y por qué? Tus gastados flancos
delatan todas tus obscenidades.
Dinos qué tienes de malo y qué tienes 
de bueno, pues quiero llevarte al cielo,
con tus amores, en estos versitos.

VII
Me preguntas, oh Lesbia, cuántos besos
tuyos me sean suficientes,cuántos
me sean demasiados.
Cuan gran número de arena de Libia 
yace en Cirene, de laserpicïo
plena, entre el oráculo del ardiente
Jove y el túmulo del anciano Bato;
o cuantos astros nos ven, al callar 
la noche, enredados en amoríos;
sólo esa cantidad satisfará
a Catulo el loco, y demasïados 
serán, y afortunados,
que ni contarlos podrán los curiosos
ni con sus malas lenguas hechizarlos.

 VIII
¡Ay, Catulo, deja de hacer simplezas,
y ten lo que está muerto por perdido!
Radiantes soles te brillaban cuando, 
en esos días, ibas
allí donde quería la niñita,
amada por nosotros como nadie
será amada jamás.
Muchas fiestas celebraste allí entonces,
que tú deseabas y ella no odiaba.
En verdad, lucían soles radiantes.
Ella ya no lo quiere,
no lo quieras tú, débil,
ni persigas a la que huye, ni vivas
miserable: resiste
con tu mente obstinada.
Adiós, niña. Catulo aguanta ya,
no te rogará ni pedirá nada.
Mas sufrirás, cuando por nadie seas
rogada. ¡Ay, infame! ¿Qué vida te queda?
¿Quién irá a ti hoy? ¿Quién verá tu belleza?
¿A quién amarás ahora? ¿De quién
se dirá que eres? ¿A quién besarás?
¿A quién morderás los delgados labios?
Pero, Catulo, aguanta decidido.

XXXII
Te lo ruego, dulce Ipsitila, joya
mía, mi belleza soñada: manda
que acuda a ti a mediodía, y ayúdame 
si lo haces: no cierre nadie la 
fina hoja de la puerta, ni salgas fuera;
debes quedar en tu casa y tener
nueve polvos continuos listos para
nosotros. Mándalo ya, si has de hacerlo:
aquí yago, boca arriba a la fuerza,
rebosante, atravesando mi palio
y mi túnica, esperando tu auxilio.

 LI
Que es igual a un dios me parece aquel
(y que supera a los dioses, si es lícito)
que sentado frente a ti, sin cesar, 
 observa y escucha cómo
ríes con dulzor, lo que me arrebata 
los sentidos, mísero: Lesbia,
en cuanto te veo, ya no me queda
 ni un hilo de voz,
la lengua se torna torpe, y a manar
comienza una llama bajo mis miembros;
me zumban los oídos y una noche
 doble cubre mis ojos.
El ocio, Catulo, te es muy molesto;
en el ocio te exaltas e impacientas.
El ocio ya perdió antes muchos reyes
 y ciudades felices.

 LXXXV
Odio y amo. Por qué lo haga me preguntas tal vez.
No sé (pero siento cómo se hace y me torturo).

 XCIX
Juvencio, te robé un furtivo beso
-a ti, que eres de miel- aún más dulce
que la ambrosía dulce. Pero no lo hice 
impunemente: recuerdo haber quedado
crucificado en alta cruz, y haber
tratado con gran llanto de borrar
un poquito tu áspera crueldad.
En cuanto te besé, tus parvos labios,
mojaditos por gotas incontables,
te limpiaste con todos tus deditos,
para que no quedara nada en ellos
de mi saliva infecta de orinada
loba. Además, me diste al Amor cruel,
¡ay de mí!, sin cesar de atormentarme,
para tornar aquel besito dulce
en un beso más triste que el más triste
eléboro. Si impones al amor
desgraciado tan grande pena, nunca
más habré de robarte beso alguno. 

 CI
Después de recorrer muchos países
y mares, he llegado, hermano mío,
para asistir a tus exequias tristes,
para rendirte el último tributo
y vanamente hablarle a tus cenizas
mudas, porque el destino te ha apartado
de mi lado a traición, injustamente.
Ahora, toma al menos esta ofrenda,
que según la paterna tradición
se tributa a los muertos, recubierta
por completo de lágrimas fraternas.
Este es mi último adiós, querido hermano.


Fuente:  http://www.liceus.com/cgi-bin/ac/pu/catulo.asp

No hay comentarios:

Publicar un comentario