El Nombre de La Rosa - Umberto Eco

"(...) hacia la pared meridional ROMA (¡paraíso de los clásicos latinos!) e YSPANIA. (...) Entre oriente y septentrión, a lo largo de la pared, ACAIA, buena sinécdoque, como dijo Guillermo, para referirse a Grecia (...)

martes, 3 de diciembre de 2013

Fábula de Polifemo y Galatea. De Luis de Góngora


Según Ovidio Acis amó a la nereida Galatea, pero un pretendiente celoso, el cíclope Polifemo, lo mató con una roca. Galatea transformó entonces su sangre en el río Acis. Otras fuentes escriben que Acis se transformó a sí mismo en río para evitar ser aplastado. Luis de Góngora recrea este mito en La fábula de Polifemo y Galatea.







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Estas que me dictó, rimas sonoras,
Culta sí aunque bucólica Talía,
Oh excelso Conde, en las purpúreas horas
Que es rosas la alba y rosicler el día,
Ahora que de luz tu niebla doras,
Escucha, al son de la zampoña mía,
Si ya los muros no te ven de Huelva
Peinar el viento, fatigar la selva.

Templado pula en la maestra mano
El generoso pájaro su pluma,
O tan mudo en la alcándara, que en vano
Aun desmentir el cascabel presuma;
Tascando haga el freno de oro cano
Del caballo andaluz la ociosa espuma;
Gima el lebrel en el cordón de seda,
Y al cuerno al fin la cítara suceda.

Treguas al ejercicio sean robusto,
Ocio atento, silencio dulce, en cuanto
Debajo escuchas de dosel augusto
Del músico jayán el fiero canto.
Alterna con las Musas hoy el gusto,
Que si la mía puede ofrecer tanto
Clarín —y de la Fama no segundo—,
Tu nombre oirán los términos del mundo.

                              I

Donde espumoso el mar sicilïano
El pie argenta de plata al Lilibeo,
Bóveda o de las fraguas de Vulcano
O tumba de los huesos de Tifeo,
Pálidas señas cenizoso un llano,
Cuando no del sacrílego deseo,
Del duro oficio da. Allí una alta roca
Mordaza es a una gruta de su boca.

Guarnición tosca de este escollo duro
Troncos robustos son, a cuya greña
Menos luz debe, menos aire puro
La caverna profunda, que a la peña;
Caliginoso lecho, el seno obscuro
Ser de la negra noche nos lo enseña
Infame turba de nocturnas aves,
Gimiendo tristes y volando graves.

De este, pues, formidable de la tierra
Bostezo, el melancólico vacío
A Polifemo, horror de aquella sierra,
Bárbara choza es, albergue umbrío
Y redil espacioso donde encierra
Cuanto las cumbres ásperas cabrío,
De los montes esconde: copia bella
Que un silbo junta y un peñasco sella.

Un monte era de miembros eminente
Este que —de Neptuno hijo fiero—
De un ojo ilustra el orbe de su frente,
Émulo casi del mayor lucero;
Cíclope a quien el pino más valiente
Bastón le obedecía tan ligero,
Y al grave peso junco tan delgado,
Que un día era bastón y otro cayado.

Negro el cabello, imitador undoso
De las oscuras aguas del Leteo,
Al viento que lo peina proceloso
Vuela sin orden, pende sin aseo;
Un torrente es su barba, impetuoso
Que —adusto hijo de este Pirineo—
Su pecho inunda— o tarde, o mal, o en vano
Surcada aun de los dedos de su mano.

No la Trinacria en sus montañas, fiera
Armó de crueldad, calzó de viento,
Que redima feroz, salve ligera
Su piel manchada de colores ciento:
Pellico es ya la que en los bosques era
Mortal horror al que con paso lento
Los bueyes a su albergue reducía,
Pisando la dudosa luz del día.

Cercado es, cuando más capaz más lleno,
De la fruta, el zurrón, casi abortada,
Que el tardo otoño deja al blando seno
De la piadosa yerba encomendada:
La serva, a quien le da rugas el heno;
La pera, de quien fue cuna dorada,
La rubia paja y —pálida turora—
La niega avara y pródiga la dora.

Erizo es, el zurrón, de la castaña;
Y —entre el membrillo o verde o datilado—
De la manzana hipócrita, que engaña,
A lo pálido no, a lo arrebolado,
Y de la encina honor de la montaña,
Que pabellón al siglo fue dorado,
El tributo, alimento, aunque grosero,
Del mejor mundo, del candor primero.

Cera y cáñamo unió —que no debiera—
Cien cañas, cuyo bárbaro rüido,
De más ecos que unió cáñamo y cera
Albogues, duramente es repetido.
La selva se confunde, el mar se altera,
Rompe Tritón su caracol torcido,
Sordo huye el bajel a vela y remo:
¡Tal la música es de Polifemo!

Ninfa, de Doris hija, la más bella,
Adora, que vio el reino de la espuma.
Galatea es su nombre, y dulce en ella
El terno Venus de sus Gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
Lucientes ojos de su blanca pluma:
Si roca de cristal no es de Neptuno,
Pavón de Venus es, cisne de Juno.

Purpúreas rosas sobre Galatea
La Alba entre lilios cándidos deshoja:
Duda el Amor cuál más su color sea,
O púrpura nevada, o nieve roja.
De su frente la perla es, eritrea,
Émula vana. El ciego dios se enoja,
Y, condenado su esplendor, la deja
Pender en oro al nácar de su oreja.

Invidia de las ninfas, y cuidado
De cuantas honra el mar deidades, era;
Pompa del marinero niño alado
Que sin fanal conduce su venera.
Verde el cabello, el pecho no escamado,
Ronco sí, escucha a Glauco la ribera
Inducir a pisar la bella ingrata,
En carro de cristal, campos de plata.

Marino joven, las cerúleas sienes,
Del más tierno coral ciñe Palemo,
Rico de cuantos la agua engendra bienes,
Del Faro odioso al promontorio extremo;
Mas en la gracia igual, si en los desdenes
Perdonado algo más que Polifemo,
De la que, aún no le oyó, y, calzada plumas,
Tantas flores pisó como él espumas.

Huye la ninfa bella: y el marino
Amante nadador, ser bien quisiera,
Ya que no áspid a su pie divino,
Dorado pomo a su veloz carrera;
Mas, ¿cuál diente mortal, cuál metal fino
La fuga suspender podrá ligera
Que el desdén solicita? ¡Oh cuánto yerra
Delfín que sigue en agua corza en tierra!

Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
Copa es de Baco, huerto de Pomona:
Tanto de frutas ésta la enriquece,
Cuanto aquél de racimos la corona.
En carro que estival trillo parece,
A sus campañas Ceres no perdona,
De cuyas siempre fértiles espigas
Las provincias de Europa son hormigas.

A Pales su viciosa cumbre debe
Lo que a Ceres, y aún más, su vega llana;
Pues si en la una granos de oro llueve,
Copos nieva en la otra mil de lana.
De cuantos siegan oro, esquilan nieve,
O en pipas guardan la exprimida grana,
Bien sea religión, bien amor sea,
Deidad, aunque sin templo, es Galatea.

Sin aras, no: que el margen donde para
Del espumoso mar su pie ligero,
Al labrador, de sus primicias ara,
De sus esquilmos es al ganadero;
De la Copia a la tierra poco avara
El cuerno vierte el hortelano, entero,
Sobre la mimbre que tejió prolija,
Si artificiosa no, su honesta hija.

Arde la juventud, y los arados
Peinan las tierras que surcaron antes,
Mal conducidos, cuando no arrastrados,
De tardos bueyes cual su dueño errantes;
Sin pastor que los silbe, los ganados
Los crujidos ignoran resonantes
De las hondas, si en vez del pastor pobre
El céfiro no silba, o cruje el robre.

Mudo la noche el can, el día dormido
De cerro en cerro y sombra en sombra yace.
Bala el ganado; al mísero balido,
Nocturno el lobo de las sombras nace.
Cébase —y fiero deja humedecido
En sangre de una lo que la otra pace.
¡Revoca, Amor, los silbos, o a su dueño,
El silencio del can siga y el sueño!

La fugitiva Ninfa en tanto, donde
Hurta un laurel su tronco al Sol ardiente,
Tantos jazmines cuanta yerba esconde
La nieve de sus miembros da una fuente.
Dulce se queja, dulce le responde
Un ruiseñor a otro, y dulcemente
Al sueño da sus ojos la armonía,
Por no abrasar con tres soles el día.

Salamandria del Sol, vestido estrellas,
Latiendo el Can del cielo estaba, cuando
—Polvo el cabello, húmidas centellas,
Si no ardientes aljófares, sudando—
Llegó Acis, y de ambas luces bellas
Dulce Occidente viendo al sueño blando,
Su boca dio, y sus ojos, cuanto pudo,
Al sonoro cristal, al cristal mudo.

Era Acis un venablo de Cupido,
De un Fauno —medio hombre, medio fiera—,
En Simetis, hermosa Ninfa, habido;
Gloria del mar, honor de su ribera.
El bello imán, el ídolo dormido,
Que acero sigue, idólatra venera,
Rico de cuanto el huerto ofrece pobre,
Rinden las vacas y fomenta el robre.

El celestial humor recién cuajado
Que la almendra guardó, entre verde y seca,
En blanca mimbre se lo puso al lado
Y un copo, en verdes juncos, de manteca;
En breve corcho, pero bien labrado,
Un rubio hijo de una encina hueca,
Dulcísimo panal, a cuya cera
Su néctar vinculó la primavera.

Caluroso, al arroyo da las manos,
Y con ellas, las ondas a su frente,
Entre dos mirtos que —de espuma canos—,
Dos verdes garzas son de la corriente.
Vagas cortinas de volantes vanos
Corrió Favonio lisonjeramente,
A la de viento, cuando no sea cama
De frescas sombras, de menuda grama.

La Ninfa, pues, la sonora plata
Bullir sintió del arroyuelo apenas,
Cuando —a los verdes márgenes ingrata—
Segur se hizo de sus azucenas.
Huyera... mas tan frío se desata
Un temor perezoso por sus venas,
Que a la precisa fuga, al presto vuelo
Grillos de nieve fue, plumas de hielo.

Fruta en mimbre halló, leche exprimida
En juncos, miel en corcho, mas sin dueño;
Si bien al dueño debe, agradecida,
Su deidad culta, venerado el sueño.
A la ausencia mil veces ofrecida,
Este de cortesía no pequeño
Indicio la dejó —aunque estatua helada—
Más discursiva y menos alterada.

No al Cíclope atribuye, no, la ofrenda;
No a Sátiro lascivo, ni a otro feo
Morador de las selvas, cuya rienda
El sueño aflija, que aflojó el deseo.
El niño dios, entonces, de la venda,
Ostentación gloriosa, alto trofeo
Quiere que al árbol de su madre sea
El desdén hasta allí de Galatea.

Entre las ramas del que más se lava
En el arroyo, mirto levantado,
Carcaj de cristal hizo, si no aljaba,
Su blanco pecho de un arpón dorado.
El monstruo de rigor, la fiera brava
Mira la ofrenda ya con más cuidado,
Y aun siente que a su dueño sea devoto,
Confuso alcaide más, el verde soto.

Llamáralo, aunque muda; mas no sabe
El nombre articular que más querría,
Ni lo ha visto; si bien pincel suave
Lo ha bosquejado ya en su fantasía.
Al pie —no tanto ya, del temor, grave—
Fía su intento; y, tímida, en la umbría
Cama de campo y campo de batalla,
Fingiendo sueño al cauto garzón halla.

El bulto vio y, haciéndolo dormido,
Librada en un pie toda sobre él pende
—Urbana al sueño, bárbara al mentido
Retórico silencio que no entiende—:
No el ave reina, así el fragoso nido
Corona inmóvil, mientras no desciende
—Rayo con plumas— al milano pollo,
Que la eminencia abriga de un escollo,

Como la Ninfa bella —compitiendo
Con el garzón dormido en cortesía—
No sólo para, mas el dulce estruendo
Del lento arroyo enmudecer querría.
A pesar luego de las ramas, viendo
Colorido el bosquejo que ya había
En su imaginación Cupldo hecho
Con el pincel que le clavó su pecho,

De sitio mejorada, atenta mira,
En la disposición robusta, aquello
Que, si por lo suave no la admira,
Es fuerza que la admire por lo bello.
Del casi tramontado Sol aspira
A los confusos rayos su cabello;
Flores su bozo es cuyas colores,
Como duerme la luz, niegan las flores.

(En la rústica greña yace oculto
El áspid del intonso prado ameno,
Antes que del peinado jardín culto
En el lascivo, regalado seno.)
En lo viril desata de su vulto
Lo más dulce el Amor de su veneno:
Bébelo Galatea, y da otro paso,
Por apurarle la ponzoña al vaso.

Acis —aún más, de aquello que dispensa
La brújula del sueño, vigilante—,
Alterada la Ninfa esté o suspensa,
Argos es siempre atento a su semblante,
Lince penetrador de lo que piensa,
Cíñalo bronce o múrelo diamante:
Que en sus Paladiones Amor ciego,
Sin romper muros introduce fuego.

El sueño de sus miembros sacudido,
Gallardo el joven la persona ostenta,
Y al marfil luego de sus pies rendido,
El coturno besar dorado intenta.
Menos ofende el rayo prevenido,
Al marinero, menos la tormenta
Prevista le turbó, o pronosticada:
Galatea lo diga, salteada.

Más agradable, y menos zahareña,
Al mancebo levanta venturoso,
Dulce ya conociéndole y risueña,
Paces no al sueño, treguas sí al reposo.
Lo cóncavo hacía de una peña
A un fresco sitial dosel umbroso,
Y verdes celosías unas yedras,
Trepando troncos y abrazando piedras.

Sobre una alfombra, que imitara en vano
El tirio sus matices —si bien era
De cuantas sedas ya hiló gusano
Y artífice tejió la Primavera—,
Reclinados, al mirto más lozano
Una y otra lasciva, si ligera,
Paloma se caló, cuyos gemidos
—Trompas de Amor— alteran sus oídos.

El ronco arrullo al joven solicita;
Mas, con desvíos Galatea suaves,
A su audacia los términos limita,
Y el aplauso al concento de las aves.
Entre las ondas y la fruta, imita
Acis al siempre ayuno en penas graves:
Que, en tanta gloria, infierno son no breve
Fugitivo cristal, pomos de nieve.

No a las palomas concedió Cupido
Juntar de sus dos picos los rubíes
Cuando al clavel el joven atrevido
Las dos hojas le chupa carmesíes.
Cuantas produce Pafo, engendra Gnido,
Negras víolas, blancos alhelíes,
Llueven sobre el que Amor quiere que sea
Tálamo de Acis y de Galatea.

                              II

Su aliento humo, sus relinchos fuego
—Si bien su freno espumas— ilustraba
Las columnas, Etón, que erigió el Griego,
Do el carro de la luz sus ruedas lava,
Cuando de amor el fiero jayán ciego,
La cerviz oprimió a una roca brava,
Que a la playa, de escollos no desnuda,
Linterna es ciega y atalaya muda.

Árbitro de montañas y ribera,
Aliento dio, en la cumbre de la roca,
A los albogues que agregó la cera,
El prodigioso fuelle de su boca;
La Ninfa los oyó, y ser más quisiera
Breve flor, yerba humilde y tierra poca,
Que de su nuevo tronco vid lasciva,
Muerta de amor, y de temor no viva.

Mas —cristalinos pámpanos sus brazos—
Amor la implica, si el temor la anuda,
Al infelice olmo, que pedazos
La segur de los celos hará, aguda.
Las cavernas en tanto, los ribazos
Que ha prevenido la zampoña ruda,
El trueno de la voz fulminó luego:
Referillo, Piérides, os ruego.

«¡Oh bella Galatea, más süave
Que los claveles que tronchó la aurora;
Blanca más que las plumas de aquel ave
Que dulce muere y en las aguas mora;
Igual en pompa al pájaro que, grave,
Su manto azul de tantos ojos dora
Cuantas el celestial zafiro estrellas!
¡Oh tú, que en dos incluyes las más bellas!

»Deja las ondas, deja el rubio coro
De las hijas de Tetis, y el mar vea,
Cuando niega la luz un carro de oro,
Que en dos la restituye Galatea.
Pisa la arena, que en la arena adoro
Cuantas el blanco pie conchas platea,
Cuyo bello contacto puede hacerlas,
Sin concebir rocío, parir perlas.

»Sorda hija del mar, cuyas orejas
A mis gemidos son rocas al viento:
O dormida te hurten a mis quejas
Purpúreos troncos de corales ciento,
O al disonante número de almejas
—Marino, si agradable no, instrumento—,
Coros tejiendo estés, escucha un día
Mi voz, por dulce, cuando no por mía.

»Pastor soy, mas tan rico de ganados,
Que los valles impido más vacíos,
Los cerros desparezco levantados
Y los caudales seco de los ríos;
No los que, de sus ubres desatados,
O derivados de los ojos míos,
Leche corren y lágrimas; que iguales
En número a mis bienes son mis males.

»Sudando néctar, lambicando olores,
Senos que ignora aun la golosa cabra
Corchos me guardan, más que abeja flores
Liba inquïeta, ingenïosa labra;
Troncos me ofrecen árboles mayores,
Cuyos enjambres, o el abril los abra,
O los desate el mayo, ámbar distilan,
Y en ruecas de oro rayos del Sol hilan.

»Del Júpiter soy hijo, de las ondas,
Aunque pastor; si tu desdén no espera
A que el monarca de esas grutas hondas
En trono de cristal te abrace nuera,
Polifemo te llama, no te escondas,
Que tanto esposo admira la ribera
Cual otro no vio Febo más robusto,
Del perezoso Volga al Indo adusto.

»Sentado, a la alta palma no perdona
Su dulce fruto mi robusta mano;
En pie, sombra capaz es mi persona
De innumerables cabras el verano.
¿Qué mucho, si de nubes se corona
Por igualarme la montaña en vano,
Y en los cielos, desde esta roca, puedo
Escribir mis desdichas con el dedo?

»Marítimo Alción, roca eminente
Sobre sus huevos coronaba, el día
Que espejo de zafiro fue luciente
La playa azul de la persona mía;
Miréme, y lucir vi un sol en mi frente,
Cuando en el cielo un ojo se veía:
Neutra el agua dudaba a cuál fe preste:
O al cielo humano o al cíclope celeste.

»Registra en otras puertas el venado
Sus años, su cabeza colmilluda
La fiera, cuyo cerro levantado,
De helvecias picas es muralla aguda;
La humana suya el caminante errado
Dio ya a mi cueva, de piedad desnuda,
Albergue hoy por tu causa al peregrino,
Do halló reparo, si perdió camino.

»En tablas dividida, rica nave
Besó la playa miserablemente,
De cuantas vomitó riquezas grave,
Por las bocas del Nilo el Oriente.
Yugo aquel día, y yugo bien suave,
Del fiero mar a la sañuda frente
Imponiéndole estaba, si no al viento,
Dulcísimas coyundas mi instrumento,

»Cuando, entre globos de agua, entregar veo
A las arenas ligurina haya,
En cajas los aromas del Sabeo,
En cofres las riquezas de Cambaya:
Delicias de aquel mundo, ya trofeo
De Escila, que, ostentado en nuestra playa,
Lastimoso despojo fue dos días
A las que esta montaña engendra Harpías.

»Segunda tabla a un ginovés mi gruta
De su persona fue, de su hacienda:
La una reparada, la otra enjuta,
Relación del naufragio hizo horrenda.
Luciente paga de la mejor fruta
Que en yerbas se recline, en hilos penda,
Colmillo fue del animal que el Ganges
Sufrir muros le vio, romper falanges:

»Arco, digo, gentil, bruñida aljaba,
Obras ambas de artífice prolijo,
Y de Malaco rey a deidad Java
Alto don, según ya mi huésped dijo,
De aquél la mano, de ésta el hombro agrava;
Convencida la madre, imita al hijo:
Serás a un tiempo, en estos horizontes,
Venus del mar, Cupido de los montes».

Su horrenda voz, no su dolor interno
Cabras aquí le interrumpieron, cuantas
—Vagas el pie, sacrílegas el cuerno—
A Baco se atrevieron en sus plantas.
Mas, conculcado el pámpano más tierno
Viendo el fiero pastor, voces él tantas,
Y tantas despidió la honda piedras,
Que el muro penetraron de las yedras.

De los nudos, con esto, más suaves,
Los dulces dos amantes desatados,
Por duras guijas, por espinas graves
Solicitan el mar con pies alados:
Tal redimiendo de importunas aves
Incauto meseguero sus sembrados,
De liebres dirimió copia así amiga,
Que vario sexo unió y un surco abriga.

Viendo el fiero Jayán con paso mudo
Correr al mar la fugitiva nieve
(Que a tanta vista el Líbico desnudo
Registra el campo de su adarga breve)
Y al garzón viendo, cuantas mover pudo
Celoso trueno, antiguas hayas mueve:
Tal, antes que la opaca nube rompa
Previene rayo fulminante trompa.

Con violencia desgajó infinita
La mayor punta de la excelsa roca,
Que al joven, sobre quien la precipita,
Urna es mucha, pirámide no poca.
Con lágrimas la Ninfa solicita
Las deidades del mar, que Acis invoca:
Concurren todas, y el peñasco duro
La sangre que exprimió, cristal fue puro.

Sus miembros lastimosamente opresos
Del escollo fatal fueron apenas,
Que los pies de los árboles más gruesos
Calzó el líquido aljófar de sus venas.
Corriente plata al fin sus blancos huesos,
Lamiendo flores y argentando arenas,
A Doris llega que, con llanto pío,
Yerno lo saludó, lo aclamó río.

martes, 26 de noviembre de 2013

Apuleyo - El Asno de oro (PDF)





Apuleyo

(Madaura, África, h. 125 - Cartago, África, h. 180). Filósofo y escritor latino. La crisis ideológica de la Roma del siglo de los Antoninos, en la que el escepticismo cortesano se entrelazaba con la creciente influencia de las religiones orientales, fue el telón de fondo de la obra singular de Apuleyo, notable figura de la literatura, la retórica y la filosofía platónica de su tiempo.
Lucio Apuleyo, también conocido como Apuleyo de Madaura, nació en esta ciudad africana hacia el año 124 de la era cristiana. Estudió gramática y retórica en Cartago, y filosofía platónica en Atenas. Más tarde ejerció la abogacía en Cartago y Roma. Gracias a la herencia paterna se dedicó a viajar, en contacto con los cultos orientales, y posteriormente casó con la rica viuda Emilia Pudentilla, matrimonio que le trajo ciertas dificultades ya que la familia de Emilia lo acusó de habérsela ganado con hechizos y brujería. Para salir al paso de tales acusaciones, Apuleyo escribió la Apología (año 173), por la que se conoce su vida.
Aunque fue el autor de diversos poemas y tratados, de los que sólo se conserva Florida, una antología de sus discursos, la obra que daría fama inmortal a Apuleyo fue la extensa narración en prosa en once libros que él llamó Metamorfosis, más conocida por El asno de oro. Se relataban en ella las aventuras del joven Lucio, inopinadamente transformado en burro, que sólo recuperará su forma humana gracias a Isis, diosa egipcia a cuyo servicio se consagra. Plagada de alusiones a antiguos misterios religiosos y ritos iniciáticos, como el episodio llamado «Cupido y Psique» (libros IV al VI), que inspiró entre otros a Giovanni Boccaccio y a Miguel de Cervantes, la narración poseía una extraordinaria vitalidad, y en ella se presentaban, sobre un fondo probablemente autobiográfico, diversos episodios de carácter obsceno, cómico o moralizante. Apuleyo murió en Bizancio, seguramente después del año 170.


Fuente: http://www.mienciclo.es.wdg.biblio.udg.mx:2048/enciclo/index.php/Lucio_Apuleyo

Suetonio - Los Doce Césares (PDF)




Suetenio

(¿Roma?, Italia, h. 69 d.C. - Roma, después de 122). Cayo Suetonio Tranquilo. Historiador romano. La obra de Suetonio contribuyó decisivamente a crear una imagen corrupta y decadente de la Roma imperial que perduró hasta los tiempos modernos. Pertenecía a la clase ecuestre y, protegido del escritor Plinio el Joven, recibió una amplia educación y ascendió al puesto de tribuno militar que abandonó voluntariamente al poco tiempo. Tras la muerte de Plinio encontró otro protector, Septimio Claro. Con motivo del ascenso al trono de Adriano en el 117 entró al servicio imperial como encargado de bibliotecas y archivos y consejero cultural. Hacia el 121 fue nombrado secretario de la correspondencia del emperador, pero en el 122, por alguna oscura falta de protocolo, hubo de abandonar su puesto.
Suetonio parece haber sido fundamentalmente un estudioso de las antiguas costumbres romanas y un divulgador de cuestiones científicas y humanísticas, pero sus tratados a este respecto, como la enciclopedia Prata, se han perdido. Entre sus dos obras conservadas, la fragmentaria De viris illustribus (De los varones ilustres) posee interesantes biografías de autores como Horacio y Virgilio y presenta una animada imagen de la vida intelectual en la Roma del siglo I.
La celebridad de Suetonio descansa fundamentalmente en su tratado en ocho libros De vita Caesarum (Vida de los doce césares), colección de biografías de Julio César y los once primeros emperadores hasta la muerte de Domiciano (96). Mediante el empleo de crónicas diversas y de los documentos a que había tenido acceso en el archivo imperial, Suetonio logró reunir un extraordinario caudal de información y dividió cada biografía de acuerdo con un esquema tópico: familia, nacimiento y juventud, vida pública, vida privada, personalidad y muerte. El propósito del autor, en cualquier caso, era reflejar el carácter humano de los emperadores, descrito con un estilo preciso y objetivo encaminado a resaltar aún más el cuadro de violencia y lujuria descrito en la obra. Si bien muchas de las afirmaciones de Suetonio han sido matizadas o puestas en duda por la moderna historiografía, que las considera producto de la tendencia entonces usual a desacreditar a las dinastías anteriores, la viveza de las anécdotas y los continuos contrastes entre rasgos físicos y morales proporcionan al conjunto una fascinante apariencia de veracidad. Suetonio, que gozó de gran popularidad en la Edad Media y el Renacimiento, murió en Roma después del año 122.

Fuente: http://www.mienciclo.es.wdg.biblio.udg.mx:2048/enciclo/index.php/Suetonio

El Satiricon de Federico Fellini (Película)


Fellini – Satyricon, conocida en castellano como Satiricón, es una película italiana escrita y dirigida por Federico Fellini, «inspirada libremente», como Fellini reconoce en los títulos, en la novela del primer siglo de nuestra era El Satiricón, de Petronio.

Petronio - El Satiricón (PDF)





El Satiricón narra las aventuras de tres jóvenes y un viejo poeta, e incluye algunos cuentos milesios. El estilo poético de Petronio es parecido al de Ovidio, aunque sus antecedentes prosaicos se hallan en Aristófanes.

El Satiricón es el primer ejemplo de novela picaresca en la literatura europea, y puede considerarse el modelo de novelas posteriores. Ofrece una descripción única y franca de la vida en el siglo I d. C. A pesar de que su narrador se expresa en el mejor latín, la obra es especialmente valiosa por los coloquialismos en los diálogos de muchos personajes que ofrecen un interesante objeto de estudio sobre el latín vulgar de la época.

Petronio

(¿?, h. 20 d. J.C. - ¿?, h. 65 d. J.C.). Cayo Petronio Arbiter. Escritor latino. Pese a que sólo se conserva parte de su contenido, el Satyricon de Petronio constituye uno de los más penetrantes y sarcásticos retratos de la sociedad romana del siglo I de la era cristiana.
La práctica totalidad de los estudios coinciden en considerar que el autor del Satyricon o Satiricón fue el mismo Cayo Petronio Arbiter que vivió en Roma a comienzos de la era cristiana y al que hace referencia el historiador latino Tácito en sus Anales, única fuente fidedigna de la vida del escritor. Procedente de una familia aristocrática, Petronio fue célebre en Roma por su elegancia, su cultura y disipada vida, si bien, según Tácito, mientras desempeñó la función de gobernador de Bitinia, en la actual Turquía, y posteriormente el cargo de cónsul, llevó a cabo su cometido con eficacia y rectitud. Hacia el año 63 el emperador Nerón lo nombró su consejero en cuestiones de buen gusto, y de ahí su apelativo de arbiter elegantiae (árbitro de la elegancia).
Ciertamente esta imagen concuerda con la que cabe suponer en el autor del Satyricon, extensa obra narrativa en prosa con interpolaciones en verso, de la que sólo se conservan fragmentariamente partes de algunos de los libros que lo componían. Estructurado en forma de episodios sobre las andanzas de tres jóvenes libertinos, el libro constituye ante todo una sarcástica y con frecuencia licenciosa descripción de las costumbres de la sociedad romana, contemplada con la mirada escéptica de un observador que omite todo juicio moral. El estilo de Petronio, que alterna el latín culto y el vulgar en los diálogos según la categoría social de los personajes, contribuye a conferir al conjunto una singular atmósfera de verosimilitud.
En el año 66 de la era cristiana, condenado a muerte por Nerón que creyó que había conjurado contra él, Petronio se cortó las venas y pasó sus últimas horas en una fiesta de despedida a sus amigos. Tras él dejaba una obra que se ha considerado una de las fuentes de la novela moderna y se halla aún hoy entre las más populares de la literatura grecorromana.
Fuente: http://www.mienciclo.es.wdg.biblio.udg.mx:2048/enciclo/index.php/Petronio

Virgilio - La Eneida (PDF)




Virgilio - Las Geórgicas (PDF)




Virgilio - Las Bucólicas (PDF)




La Mosca de Virgilio

Publio Virgilio Marón, más conocido simplemente como Virgilio, es uno de los grandes autores de la literatura universal y, circunscribiéndonos a la Antigüedad Clásica de Occidente y dejando a un lado autores asiáticos, también uno de los más antiguos de los que conocemos ya no sólo su obra, sino también gran parte de su vida. De su obra cabe mencionar las Geórgicas, las Bucólicas, y por encima de todas ellas la Eneida, obra que lo hizo inmortal. Escribió muchas otras obras menores, algunas tan curiosas como un poema en el que explicaba como realizar el moretum, un aderezo muy popular en la cocina romana de su tiempo.

Pero en su biografía encontramos una anécdota especialmente curiosa. Y es que al bueno de Virgilio, al que Dante lo haría protagonizar siglos después su Divina Comedia, no se le ocurrió otra cosa que organizar un fastuoso funeral en honor de su recientemente fallecida mascota. En sus tierras, además, mandó construir un mausoleo para que reposaran los restos de su pequeña amiga. Porque era pequeña, muy pequeña: la mascota en cuyos funerales Virgilio gastó la friolera de ochocientos mil sestercios de la época, era una simple mosca. La salud mental del poeta, que ya era más que conocido en esos años, fue puesta en entredicho por propios y extraños, que sin embargo se afanaron en participar en las celebraciones fúnebres. Más que nada porque no todos los días tiene uno la oportunidad de asistir a una fiesta de tal calibre en honor de un insecto.

Virgilio, en realidad, no estaba nada loco, y todo formaba parte de un plan magistralmente trazado para burlar la legislación romana. Incluso la elección de una mosca como inquilina del mausoleo que edificó podría tomarse como una gran broma. Y es que Virgilio, que contaba con amigos en las altas esferas del gobierno romano, había sido avisado de que el triunvirato formado por Marco Antonio, César Octaviano y Marco Emilio Lépido planeaba una nueva ley por la cual se expropiarían tierras de terratenientes para ofrecérselas a soldados retirados. La ley, que finalmente fue aprobada y tras la cual todos comprendieron que Virgilio había obrado sensatamente, tenía una excepción: quedaban excluidas de la expropiación todas las tierras que fueran consideradas tierra sacra. Esa fue la función del mausoleo de la mosca de Virgilio, ni más ni menos.

Fuente: http://www.lecturalia.com/blog/2011/08/22/la-mosca-de-virgilio-y-la-arroba/

Virgilio


(Andes, actualmente Pietole, c. de Mantua, h. 70 a. J.C. - Brindes, actualmente Brindisi, Italia, 19 a. J.C.). Publio Virgilio Marón. Poeta latino. Nacido en el seno de una familia rural, sus padres le dedicaron a la carrera política y le hicieron cursar estudios de retórica en Cremona, Milán, y después en Roma. Aquí, no obstante, Virgilio prefirió frecuentar más a los poetas que el foro. Participó, pues, en el movimiento de los nuevos poetas, el más ilustre de los cuales era Catulo, y compuso entonces algunas pequeñas piezas a la manera alejandrina. De vuelta a su provincia natal (45 a.C.), donde se propuso estudiar filosofía con un griego llamado Sirón (en Napoles), compuso las Bucólicas (42-39 a. J.C.), églogas que exaltan la vida pastoral. 
Por aquel tiempo el poeta era partidario de la filosofía epicúrea y permaneció relativamente indicferente a los trastornos políticos de la época. A partir de las Geórgicas (escritas del 39 al 29 a. J.C), las ideas filosóficas de Virgilio sufrieron una transformación: sustituyó el epicureísmo y el materialismo por el neopitagorismo (existencia de un alma distinta del cuerpo, finalidad del mundo organizado por una providencia divina). Poeta nacional, Virgilio cantó a continuación a Augusto y a la grandeza romana en la Eneida (inacabada y póstuma, 19 a. J.C.). Murió durante un viaje a Grecia, en 19 a.C. 
En aquel momento, la Eneida no estaba aún terminada y el poeta había exigido que no se publicase. Augusto –cosa que debemos agradecerle– hizo caso omiso de ello y encargó a dos amigos de Virgilio, Vario y Tucca, la publicación de la epopeya. La obra de Virgilio, además de las Bucólicas, las Geórgicas y la Eneida, comprende un conjunto de piezas de juventud: epigramas y relatos a la manera alejandrina (Culex, epopeya ingenua; Siris, una fábula). 
El conjunto de estas piezas constituye lo que los críticos llaman el apéndice virgiliano. 

Las Bucólicas 
Se trata de un grupo de églogas de inspiración alejandrina (Teócrito). En la voz de pastores y boyeros, Virgilio canta, alegóricamente, al "joven dios", que simboliza a Octavio. El mundo cristiano admiró particularmente la égloga IV, algunos de cuyos versos fueron interpretados como un anuncio de la llegada del Mesías. 

Las Geórgicas
Epopeya de la vida rústica, es una obra más ambiciosa. Virigilio se inspira en Hesíodo, autor de Los trabajos y los días, a quien admiraban los poetas alejandrinos. Y, al hacerlo, piensa explotar el filón poético descubierto por Lucrecio: el arte de cantar el espectáculo del mundo. Tradicionalmente se ha sostenido que el tema de las Geórgicas pudo haber sido dictado a Virgilio por Mecenas, deseoso de impulsar –por cuenta de Octavio– una política agrícola en Italia. No parece que pueda aceptarse esta tesis. De hecho, los cuatro cantos de las Geórgicas hacen más bien pensar en una meditación poética sobre la naturaleza, tras la cual se encuentra la presencia divina (esta actitud concuerda con la transformación filosófica y religiosa de Virgilio). 

La Eneida
Está considerada unánimamente como la obra maestra de la literatura latina. La idea de escribir esta epopeya nacional parece habérsele ocurrido a Virgilio en 30-29 a.C. (poco después de la batalla de Actium). De este modo enlaza con la tradición establecida por Nevio y Ennio; pero, en lugar de orientar su obra hacia la victoria de Roma sobre Cartago (como en el caso de Nevio), Virgilio tiene por objetivo la victoria de Octavio Augusto. La historia que cuenta la Eneida, en 12 cantos, es a la vez una epopeya, unanovela de aventuras, una obra política, una historia amorosa y un relato simbólico.

Fuente: http://www.mienciclo.es.wdg.biblio.udg.mx:2048/enciclo/index.php/Virgilio

Propercio - Selección de Elegías

Propercio

(Asís, Umbría, Italia, h. 55-43 a.C. - ¿?, después de 16 a.C.). Sexto Propercio. Poeta romano. La poesía elegíaca latina, que se diferenció fundamentalmente de la griega por su énfasis en una mayor subjetividad, tuvo en Propercio a su más caracterizado representante.
Su familia, perteneciente a la clase ecuestre, lo envió a Roma hacia el 34, tal vez con el deseo de que llevara a cabo una carrera oficial. Pronto, sin embargo, Propercio decidió dedicarse a la poesía, y durante el resto de su vida se entregó a la redacción de sus cuatro libros de Elegías. El primero de ellos, llamado en ocasiones Cintia por la enigmática dama romana -posiblemente una cortesana o una mujer
casada- a quien estaba dedicado, se publicó en el 29 y proporcionó a Propercio un enorme prestigio. Ello permitió al poeta ingresar en el círculo del influyente Mecenas, al que pertenecían autores como Virgilio y Horacio, los cuales, junto a los poetas helenísticos alejandrinos -Propercio se consideraba a sí mismo «el Calímaco romano»- constituyeron su principal influencia.
Si el primer libro se caracterizaba por la alternancia entre pasajes líricos con otros de sensual apasionamiento, el segundo, aparecido en el año 25, estaba dominado por un tono de cruda amargura, sentimiento cuya emotividad Propercio supo realzar mediante la creación de atmósferas de singular verismo. Tras su ruptura con Cintia, sin embargo, el autor quiso trascender la temática amorosa usual en la poesía elegiaca. Así, los libros tercero (22 a.C.) y cuarto, éste tal vez de publicación póstuma, incluían desde poemas humorísticos y realistas a elegías funerales y composiciones mitológicas e históricas, variedad sólo posible mediante un tratamiento complejo y flexible del metro elegiaco -sucesión de dísticos compuestos por un hexámetro y un pentámetro-. Por su riqueza estilística y hábil síntesis de motivos estéticos, psicológicos y filosóficos, estas últimas elegías se consideran con frecuencia la cumbre del género en la poesía romana.
La fecha de la muerte de Propercio, cuyos últimos años transcurrieron en una suntuosa villa romana, es incierta, si bien se sabe que fue posterior al 16 a.C. Su obra, que influyó en autores romanos tan diversos como Ovidio y Petronio y fue admirada por los poetas renacentistas, resulta en ocasiones compleja y oscura, pero su capacidad de reflexión sobre la naturaleza humana mantiene hoy plena vigencia.

Fuente: http://www.mienciclo.es.wdg.biblio.udg.mx:2048/enciclo/index.php/Propercio

Tibulo - Algunas Elegías





Tibulo

Poeta latino, autor de elegías eróticas, nacido hacia el año 57 a.C. y muerto hacia el 17 a.C., aunque algunas fuentes situán el fallecimiento en el 19 a.C.

Vida

“Albio Tibulo, caballero romano de Gabios [la ciudad italiana de Castiglione], conocido por su belleza y admirable por el cuidado de su aspecto, antes que a otros prefirió al orador Corvino Mesala, de quien también fue compañero en la guerra de Aquitania y premiado con honores militares. Éste, según el parecer de muchos, ocupa un lugar principal entre los elegíacos. Asimismo sus epístolas amatorias, si bien breves, son en todo útiles”.
 
Éste es uno de los pocos vestigios sobre la vida de Tibulo. Esta sucinta “vida de Tibulo” fue obra de un compilador medieval que tal vez pudo hojear algún capítulo, hoy perdido, del De poetis de Suetonio. También adjunto a sus manuscritos aparece un epigrama de un tal Domicio Marso que poco añade a la Carmina (I 33) y en Epístolas (I 4); y también Ovidio habla en Tristia (IV 10, 51-54) de Tibulo como predecesor suyo en el género elegíaco latino, así como en Amores (III, 9) lamenta su muerte.
escueta semblanza medieval. Así pues, los pocos datos biográficos derivan principalmente de estos dos testimonios, de sus propias elegías y de algunas referencias de sus contemporáneos, entre ellos Horacio, quien alude a un Albio, identificado con este poeta, en

Seguramente su familia fue ecuestre y pudiente. Por mucho que hiciera gala de pobreza en su elegía inaugural (I 1), hay que atribuirla a un simple tópico literario: el amante y poeta elegíaco debía ser pobre por convención. Y de su acomodada situación nos avisa Horacio en Epístolas (I 4, 6-7):
“los dioses te otorgaron belleza, los dioses te otorgaron riquezas y el arte de disfrutarlas”.

Y, además, su elegía II 1 presenta una escena de campo nutrida de esclavos, algo que casa con la típica aristocracia de su época. Menciones sueltas se leen en su obra sobre su madre, su hermana y su padre, quien debió de haber muerto cuando el poeta era aún niño. Como menciona la “vida tibuliana” de época medieval, trabó enseguida amistad con el orador, militar y protector de las letras Valerio Mesala Corvino (64 a.C.-8 d.C.), durante las campañas en la Galia y en Oriente. Pese a visitar lugares exóticos como Palestina y Tiro, siempre echó de menos la vida campestre de su Italia natal. Ni la política ni la milicia atraían a Tibulo tanto como su vocación poética, a la que dedicó, no obstante, poco tiempo de su vida. Tibulo fue el poeta por antonomasia del círculo literario de Mesala, en compañía de Lígdamo, Vagio Rufo o Sulpicia. Su muerte ocasionó honda consternación entre los ambientes poéticos de Roma, más si cabe cuando otro de los grandes, Virgilio, había muerto recientemente en el 19 a.C.

Tibulo y el círculo poético de Mesala

Durante el gobierno de Octavio Augusto florecieron dos círculos poéticos de gran trascendencia para las letras latinas. De una parte, el oficial, apadrinado por el mismo emperador y patrocinado por Mecenas, a cuyo abrigo escribieron Virgilio y Horacio, por ejemplo; y por otra, el club literario de Mesala, en cierta medida disidente de la política imperial y ajeno a la propaganda política que el primero, a veces, hacía con el empeño fundamental de divulgar las mercedes de la restauración augústea y de exaltar valores estoicos, muy acomodados a los ideales del príncipe. En el segundo ateneo prosperó especialmente la elegía erótica latina, en esencia apolítica, gracias a las contribuciones, entre otros, de Propercio, el propio Tibulo, su adalid, y finalmente Ovidio. Pese a esta supuesta rivalidad ideológica, las amistades personales entre miembros de ambos círculos fue fluida, así como el intercambio de inquietudes e intereses poéticos. Esto es fácilmente constatable por los homenajes en verso que poetas de uno y otro ámbito se tributaron. Ahora bien, existieron algunas diferencias entre uno y otro ambiente aparte de las puramente políticas. Si en el círculo de Mecenas la dirección moral y literaria recaía en el patrón, en el segundo Mesala aportaba fundamentalmente los recursos, delegando en Tibulo los criterios literarios. Éste creó un mundo poético al que los miembros de su club se ceñían, hasta tal punto que Lígdamo o Sulpicia modelaron sus elegías según los parámetros tibulianos tan bien que se parecen mucho por su tono y temática a las del maestro. En otro sentido, la poesía acaudillada por Augusto, al elogiar el nuevo estado político instaurado gracias al príncipe o, en último caso, las viejas glorias romanas, buscó temas y géneros elevados, como la épica (el más ilustre ejemplo es la Eneida de Virgilio), para cantarlas acorde. En cambio, Tibulo y su discípulo poético bebieron del género elegíaco propio de los neotéricos (Gayo Valerio Catulo o Cornelio Galo), del que adoptaron sobre todo el subjetivismo, el tema amoroso y el metro, el dístico elegíaco. Y así, por ejemplo, el anónimo Panegírico a Mesala, obra de un componente del círculo con ocasión del ascenso de Mesala en el 31 a.C. al consulado, debe entenderse como una muestra de gratitud del poeta a su patrón, pero no como un encomio político, forzado por la pertenencia al grupo. Mesala Corvino conseguía el prestigio al mantener una pléyade de poetas bajo su patrocinio, pero no los utilizó abiertamente para fines personales y políticos, pese a tener ideales republicanos.

Obra

La obra de Tibulo está recogida en el cancionero del círculo de Mesala, conocido como Corpus Tibullianum, donde se integran en tres libros las creaciones de Tibulo, Lígdamo y Sulpicia, todas escritas en dísticos elegíacos. En concreto, las composiciones de los dos primeros libros pertenecen a Tibulo. El tercer libro contiene las creaciones de Lígdamo, con seis poemas (III 1-6) de Sulpicia, junto con otros seis (III 13-18), aunque otros cuatro (III, 8-12) se le atribuyen con reservas; dos poemas considerados de Tibulo (III 19 y 20) y el famoso Panegírico a Mesala (III 7).

Temas

Tibulo había padecido los estragos de la guerra fratricida en sus propias carnes. Curtido en campañas militares al mismo tiempo que su amigo Mesala —conocedor, por tanto, directo de sus tragedias— muestra en su poesía un talante pacifista (cf. I 10) y un anhelo de tranquilidad que cuaja con numerosas evocaciones de la placidez campestre, de forma similar que en las Bucólicas y Geórgicas de Virgilio. En este marco rural, el poeta canta y llora sus amores reales, no ficticios. Así pues, estas dos esferas son constantes en su poética: el amor entendido como milicia (militia amoris) y la vida campesina, aprendida según los preceptos epicúreos. Y resulta paradójico que sus aventuras amorosas se desenvuelvan en el entorno casi pastoril predicado por el epicureísmo y, sin embargo, resulten en exceso apasionadas, donde el poeta termina sollozando su propia desgracia, algo que la filosofía epicúrea rechazaba por completo. En su poemario, Tibulo hilvana un rico ramillete de tópicos relacionados con el amor: el desprecio de las riquezas, la avaricia de las jóvenes (puellæ avaræ), el amante esperando en la puerta de la amada (exclusus amator), el maestro de amor (præceptor amoris), el amante rico (dives amator), la Edad de Oro, la Edad de Hierro, el pacto de amor transgredido (f?dus amoris violatum) o la alcahueta instigadora (lena avara).

Amores

Tibulo escribe fundamentalmente sobre el amor heterosexual a mujeres, si bien dedica un ciclo de tres elegías al amor homosexual por un jovencito llamado Márato (I 4, 8 y 9). Se trata de una historia típica de pederastia (que parte de la crítica considera un invento), de corte alejandrino, con el que Tibulo probó fortuna literaria en un tópico trillado desde la lírica griega y que tenía ya emuladores en la poesía latina bajo la etiqueta de puer delicatus o amor puerorum (“el chico tierno” o “el amor por los jóvenes”). Virgilio, en sus Bucólicas, ya había poblado su universo idílico de pastores homosexuales, así como el amigo de Tibulo y compañero de círculo, Valgio Rufo (cónsul en el 12 a.C.), también flirteó poéticamente con el joven Miste.
Con todo, la aristocracia romana de época augústea puso de moda, a la zaga de un mayor refinamiento, costumbres griegas entre las que se encontraba la pederastia, de guisa que, tal vez, este trío de poemas relaten una verídica relación homosexual del autor, tal como ocurre en las composiciones que cortejan o reprenden a sus amadas. De hecho, otro elegíaco, Propercio, elogió sin reparos las virtudes de la efebía (II 4, 17-22).

Son dos las amantes a quienes trova Tibulo: Delia y Némesis. De una posible tercera amante, Glícera, no sobrevive testimonio nominal en su obra, aunque las composiciones III 19 y 20 puedan dirigirse a ella. De su existencia y su relación sentimental con nuestro elegíaco tan sólo quedan noticias debidas a Horacio, quien en su Oda I 33, 1-3 nos avisa de que el poeta la ha perdido por otro cortejador más joven y que le escribe elegías. Tanto Delia como Némesis son pseudónimos poéticos tras los que se disfrazan sus verdaderos nombres, según la costumbre elegíaca iniciada por Cornelio Galo y Catulo. Ellos ocultaron, respectivamente, con el nombre literario de Licóride a la mima Volumnia Citéride y con el de Lesbia a Clodia. Y así el primer amor de Tibulo, Delia, según noticia de Apuleyo (Apología 10), encarnaba en la vida real a una dama conocida como Plania, seguramente de origen griego. Ni Némesis ni Glícera despertaron en Tibulo la misma pasión que Delia. Pero todas se muestran infieles y, en exceso, amantes del dinero, ambición que maldice repetidamente Tibulo como causa de sus cuitas y de la decadencia moral de Roma. Némesis fue el último amor poco antes de la muerte del poeta, y es el prototipo de cortesana avara, más infiel incluso que Delia. La relación sentimental entre ambos fue corta, pero de gran intensidad pasional. Estas derrotas en el terreno amoroso tiñen sus poemas de pesimismo, en los cuales amenaza siempre una futura pérdida y la sensación de no poder gozar la felicidad en plenitud. La dicha campestre y sus amores están siempre bajo la sospecha de que vendrá una tormenta de sufrimiento. El poeta, entonces, se reconforta con el pasado mejor recordando la Edad de Saturno, tiempo cándido y dichoso, donde el amor era fidedigno y no había instaurado su anarquía el deseo desmesurado de riquezas. Un ejemplo hermoso de esta añoranza se lee en su elegía II 3. Dicen así algunos de sus versos (68-74a):
“la bellota sirva de alimento y bébase el agua a la antigua usanza. La bellota alimentó a los antiguos y siempre amaron a discreción. ¿En qué perjudicó no haber tenido los surcos sembrados? Entonces, a quienes Amor inspiraba, Venus condescendiente propiciaba a las claras sus goces en un valle sombrío. No había guardían alguno, no había puerta alguna que excluyera a los que sufren...” (traducción de Juan Luis Arcaz Pozo).

Estructura

El primer libro de Tibulo debió de ser publicado con posterioridad al 27 a.C., si bien cada elegía, quizá, circuló por separado antes de su disposición definitiva en el primer poemario tibuliano. Por ende, la distribución actual de sus composiciones seguramente no obedece a una progresión según el orden de escritura en el tiempo, sino, más bien, a la peculiar reorganización que Tibulo les concedió acorde a los preceptos alejandrinos. La poesía helenística limaba con esmero la estructura, la organización del material poetizable y, en consecuencia, los poetas augústeos, admiradores de aquel estilo, emularon su arte compositivo. Quizá, el poema programático sea el aspecto más señero de este cuidado estructural. Tibulo, como Horacio, por ejemplo, en su Oda primera, compuso su elegía inaugural (I 1) con el mismo fín: ser un ideario en el que quedan impresos a grandes trazos los temas, tópicos y motivos más generales que desgranará en minucia en los poemas subsiguientes (la quietud del campo, el recuerdo de un tiempo dorado para el amor y la vida, el denuesto de las riquezas o el anhelo de una mujer estable hasta la muerte). El epílogo del primer libro (I 10), en réplica anular, clausura el libro retomando sucintamente los mismos asuntos. Es más, la invocación inicial de la vida apacible del campo cierra la última elegía del libro, preservando así su unidad. Las elegías I 2 y 3 dejan oír la voz quejumbrosa del poeta por el amor no correspondido de su amada Delia. Su amor por ella vertebra las elegías I 5 y 6, donde la desesperación, la indignación y el lamento se agudizan, pues la amada se vende a un rival rico. La composición I 4 mitiga el naufragio amoroso que Tibulo vive con Delia. Ahora el poeta nos canta sus desvelos pedarásticos con Márato, que desarrollará hasta la definitiva ruptura a través de los poemas I 8 y 9. La elegía I 7 es un remanso de paz en medio del asedio amoroso. Tibulo fabrica una felicitación a la manera helenística para su mecenas; en ella celebra el triunfo de Mesala Corvino sobre los aquitanos al tiempo que su cumpleaños. Recuerda en el poema los lugares exóticos que ha visto en compañía de Mesala, cuando sirvió con él en diferentes campañas militares.

Esta estructuración multicolor, donde se imbrican al unísono relaciones femeninas y masculinas con elogios personales, mana de un criterio, también helenístico, conocido en la literatura latina como variatio. La finalidad de este recurso estilístico es singularizar y realzar cada poema por contraste temático y tonal con los precedentes y siguientes.

Algunos estudiosos han estimado que el segundo libro de elegías tibulianas está inacabado, basándose en su cortedad (tan sólo 6 elegías), en su edición póstuma y en su agrupación, de menor cuidado que la del primer libro. La colocación y la temática de los poemas resultan semejantes a las del primero, pero el poeta, esta vez, se engolfa en una nueva relación, también frustrante, con Némesis. La elegía inicial (II 1) está en la línea alejandrina de su poema I 7, de encomio a Mesala, puesto que se trata de un poema festivo de los Ambarvalia (festividad campesina romana durante la cual se paseaba a un animal sacrificial por los campos con el objeto de obtener de las divinidades fertilidad para los cultivos) dedicado a su mecenas. Este canto celebrativo no retorna a un mundo pastoril idílico como las elegías I 1 y 10, sino que dibuja la vida rústica de su país dando pinceladas sueltas de muchos detalles campestres. En él (II 1, 79-80) Tibulo parece sugerir que otra vez está enamorado. Dice así:
“¡Ay, desgraciados aquéllos a quienes este dios acucia con vehemencia! Pero feliz aquél para quien Amor sopla suavemente plácido”.
 
La elegía II 2 celebra otro cumpleaños, el de su amigo Cornuto. En la II 3 Tibulo desciende a su tónica habitual: la batalla de amor y la vida arcádica. El poeta nos revela ahora, por vez primera, el nombre de su nueva querida, Némesis. Tibulo vive esos días en la ciudad, mientras su amada disfruta en compañía de un nuevo amante, rico y seguramente con alquería en el campo, de unos días de asueto, lejos de la urbe y del poeta. Ante este nuevo descalabro, Albio se reconforta soñando con la vuelta de la Edad de Oro, con el mismo tono que en I 1 y 10, imprecando a su rival y suplicando a Némesis que lo quiera, aunque tenga que arar la tierra como un labriego. Las composiciones II 4 y 6 están unidas por los ruegos monocordes a su amada avara, quien acoge antes los regalos de sus pretendientes ricos (munera amoris) que la poesía del pobre Tibulo. Esta veleidad y egoísmo atormentan a Tibulo, quien se debate entre ser rico para así contrarrestar el atractivo de sus rivales a ojos de Némesis o rogar a los dioses que aparten de su amada a la alcahueta Frine, quien induce a Némesis a preferir a los adinerados galanteadores. La elegía II 5 es un himno de felicitación a M. Valerio Mesalino, hijo de Mesala Corvino, por su elección como miembro de los Quindecimviri (magistrados que custodiaban los Libros Sibilinos).

Estilo

El micromundo poético de Tibulo se desenvuelve en medio de dos esferas que de continuo se dan la mano: el amor y el campo. Y esa dualidad temática está engastada en su obra de los tópicos y motivos que Cornelio Galo, Catulo y él especialmente fueron otorgando al género, en su versión latina, hasta dotarlo de personalidad propia. Así, la faceta amorosa está poblada de amantes ricos, de doncellas avarientas, de celestinas pedigüeñas, de un poeta pobre o de un amante en el umbral de la casa de la amada, mientras que la campestre está habitada por pastores, sobrias y fieles labriegas, así como de numerosas remembranzas de la Edad de Oro o, por el contrario, de maldiciones de la actual Edad de Hierro. Este repertorio de subtemas, verdadero arsenal elegíaco, se eligió, en gran medida, para reflejar la vida real de la sociedad aristocrática de su tiempo. Pero Tibulo vertió estos motivos en un marco rústico, a diferencia de los seguidores posteriores de la elegía erótica, Propercio y Ovidio, quienes situaron sus poesías en su entorno natural, Roma.

Tibulo levantó con estos tópicos una compleja arquitectura donde el lector pasa de uno a otro y luego los repasa de nuevo gracias a versos de transición. En muchos casos, las elegías se desarrollan anularmente, al abrirse y terminarse con un mismo tema. Entretanto, la idea principal repta ligeramente por temas secundarios sin diluirse totalmente. A veces, resulta confuso, casi caótico, falto de lógica, por esa continua transición temática que aspira a contener muchas ideas en poco espacio. Pese a todo, esa conexión vaga de temas variados, hilvanada con escenas y metáforas, resulta amable y llena de emoción para el lector.
Su estilo no es tan exuberante como el de Propercio, sino que se supedita a lo que los críticos alejandrinos denominaron “estilo tenue”, para el que la lucidez y la simpleza están por encima de lo grandilocuente y lo ampuloso. Tibulo rechaza los experimentos lingüísticos, a veces exhibicionistas, al modo de Propercio, y prefiere ceñirse a una sobriedad contenida para dar rienda suelta a un lenguaje íntimo, auténtico y limpio. En sus versos brillan por su ausencia los coloquialismos, tan manidos en Catulo o Propercio, los adjetivos o expresiones adverbiales de tono conversacional. No se encuentran palabras o grupos expresivos cargados de un cariño sensiblero, como mea lux (“mi lux”, de Catulo) o mea vita (“mi vida”, de Propercio), sí, en cambio, mea Delia (“mi Delia”), con igual carga emocional pero de menor artificiosidad. Así pues, la economía del lenguaje al servicio de la pureza y claridad es la premisa mayor del estilo tibuliano. Esta moderación se aprecia también en las imágenes, directas, carentes de monumentalidad decorativa, capaces de transmitir con precisión y encanto las ideas al lector que se conmueve por la cristalina exposición. El ritmo de su verso es elegante, brotado sin esfuerzo, y cada dístico encierra un sentido en sí mismo, encadenándose unos a otros con la misma facilidad que los temas.

Fuente: http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=tibulo-aulo-albio

Lucrecio - De Rerum Natura

Lucrecio

(Roma, Italia, h. 98 - 55 a.C.) Titus Lucretius Carus. Poeta y filósofo latino. La celebridad del poeta latino Lucrecio descansa en la única obra que de él se conserva, el largo poema filosófico De rerum natura (Sobre la naturaleza de las cosas), que constituía una exposición de las doctrinas del filósofo griego Epicuro.
Los testimonios acerca de la vida de Lucrecio son breves y escasos. San Jerónimo, uno de los padres de la iglesia, señala que Lucrecio nació entre los años 96 y 93 antes de la era cristiana y que, a consecuencia de haber ingerido una poción, su mente quedó trastornada; que en los períodos de lucidez escribió varios libros -los cuales fueron enmendados o corregidos después por Cicerón-, y que, en fin, se suicidó hacia el año 51 ó 50 a.C. Esta cronología parece en esencia correcta, aunque difiere ligeramente de otras fuentes indirectas, y la relación con Cicerón aparece confirmada en una carta de éste a su hermano donde elogiaba los poemas de Lucrecio. Más dudosas son la referencia a la locura o a las posteriores enmiendas del poema, que podrían calificarse por el intento de desacreditar un epicureísmo opuesto a las ideas cristianas. De cualquier forma, dado que Lucrecio fue evidentemente un autor culto y que trató incluso a Cicerón, la carencia de menciones sobre su figura podría sugerir algún episodio oscuro en su vida.
De rerum natura, cuyo título es una traducción de la principal obra de Epicuro, Peri physeos, que dio nombre a los poemas filosóficos de diversos pensadores griegos, está escrita en versos hexámetros latinos y dividida en seis libros dedicados íntegramente a precisar las teorías físicas y éticas de Epicuro. En el universo, según la obra, no existe sino el vacío infinito, surcado por infinitos átomos que se mueven al azar y que con sus choques y combinaciones configuran todas las cosas. El alma misma no es sino una composición de sutiles átomos, que al morir el cuerpo se disgregan.
No hay por tanto inmortalidad alguna, y los dioses, aunque existen, permanecen inmortales y ajenos al
mundo. El sabio que llega a conocer la realidad no teme ya a las supersticiones ni a la muerte, que no es sino un cambio de estado de los átomos. Sólo el conocimiento, pues, conduce a una vida libre y serena.

Fuente:  http://www.mienciclo.es.wdg.biblio.udg.mx:2048/enciclo/index.php/Lucrecio

"Carpe Diem" - Horacio


Arte poética y otras obras de Horacio




Horacio - Biografía


Horacio


Horacio: Poesía del día a día
Jazmín Yajaira Bautista Lara

Quinto Horacio Flaco (conocido comúnmente solo como Horacio) fue el principal poeta lírico y satírico en lengua latina. Hijo de un liberto (esclavo manumitido), y nacido en el año  65 a.C., vivió en libertad, mas no se escapó de recibir desdenes y menosprecios por su situación. A pesar de eso, él no creó ningún odio ni resentimiento hacia la sociedad que lo trató con inferioridad. Asistió a la escuela de Venusia, mas su padre creyó que la educación que estaba recibiendo en ese lugar era demasiado elemental, por lo que lo llevó a Roma en donde él mismo lo educó. De mayor, Horacio formó parte del ejército de Marco Junio Bruto,  pero luego de ser vencido esté, Horacio quedó sumido en la pobreza, teniendo que trabajar como escribano en la oficina de un cuestor para poder asegurarse su subsistencia. Con el tiempo, Horacio se ganó el respeto y la admiración de demás poetas latinos, tales como Vario y Virgilio, de quienes se ganó su amistad. Fue gracias a esta amistad, que Horacio fue presentado ante el ministro y consejero de Augusto, Mecenas, quien se convirtió en su protector y amigo personal. Su amistad fue de tal poder y grandeza, que Horacio murió muy poco después que Mecenas, el 28 de noviembre del año 8 a.C. para ser exactos, y ambos fueron enterrados uno junto del otro.



            Todo el trabajo poético de Horacio puede dividirse en cuatro géneros poéticos: Los épodos (o yambos como los llamaba él), las sátiras, las odas y las epístolas.
            A pesar de que los épodos debieron ser las primeras poesías con las cuales trabajó Horacio, aquellas que primero vieron la luz en una colección completa fueron las sátiras. Esta primera colección fue publicada entre los años 35 y 34 a.C., en las cual el tema predominante es la amistad del autor latino con Mecenas. Aun así, podemos también encontrar algunas sátiras dedicadas a otras personas y temas varios. Finalmente, dieciocho son las sátiras que conforman toda la producción horaciana de este género; diez en su primer libro y ocho en el segundo.  Las sátiras de Horacio contienen un tinte de la antigua tradición, mas cuentan con la innovación de que todas están escritas en hexámetros. Además, estas fueron casi siempre escritas de forma impersonal, sin ofender a nadie ni atacar al individuo directamente.

            Los épodos, que fueron publicados después de las sátiras, conforman una colección de diecisiete composiciones. Cada uno de ellos trata asuntos muy diferentes entre sí, más se puede encontrar que los sentimientos predominantes en ellos son la inquietud, el rencor o la ira.

            Las odas comienzan el segundo gran período de la actividad poética de Horacio. Estas se encuentran divididas en cuatro libros, aunque solo tres de ellos fueron los publicados en el año 23 a.C. Más tarde, fue cuando se añadió el cuarto libro con las odas que Horacio escribió en sus últimos años de vida.  Estas odas, cuyo componente fundamental es la lírica, fueron escritas por el poeta romano inspirándose en la lírica de Alceo. Horacio se sentía atraído por la lírica del griego por razones de afinidad, ya que ambos compartían visiones parecidas de la vida y que plasmaron en sus obras.

            Las epístolas de Horacio vieron la luz siete años después de la publicación de sus sátiras, cuando el poeta latino vivía en sus años cuarenta. Esta poesía se destaca por su tono despreocupado, más personal e intimido que Horacio escribe dirigiéndolas a sus amigos, con temáticas filosóficas-moral, conteniendo reflexiones y divagaciones del mismo autor. Además, se consideran a estas como una especie de despedida poética de Horacio.  Las epístolas se distribuyen en dos libros. El primero de ellos consta de veinte composiciones destinadas a variados personajes. Mientras, el segundo libro consta solo de tres epístolas, de extensión mayor que las de su primer libro, dirigidas una de ellas a Augusto, otra a Julio Flore y la última a la familia de los Pisones (esta epístola, conocida como Arte Poética o Epístola a los Pisones, es una de las grandes poéticas de la antigüedad, en la cual Horacio le aconseja a los Pisones sobre el arte de escribir).

            El trabajo poético de Horacio no se caracterizó tanto por el manejo de alguna temática específica y predominante (a pesar de que un gran porcentaje de su obra está dedicada a su amigo y protector, Mecenas), sino por los géneros líricos y métricas con los cuales realizó sus obras. Horacio más bien dedicó su poesía a los acontecimientos o personajes que en su vida diaria le fueran relevantes, así como a algunos sucesos comunes que no cualquier poeta hubiese utilizado de inspiración para escribir poesía. El poeta romano le dedicó tanto versos a su padre, a su amigo Mecenas, a la guerra civil; así como a un plato de yerbas condimentadas con ajo que le causaron malestares, o una vez que un árbol estuvo a punto de aplastarlo y Horacio le dedicó una oda a aquel que plantó ese árbol:

Fue un día nefasto cuando te plantaron árbol fatal; una mano sacrílega
fue la que te hizo crecer para desdicha de la raza venidera y oprobio del lugar.
¡No me cabe duda que le rompió la cabeza a su anciano padre y que, valido
de la noche, regó su hogar con sangre de su huésped!
(…)


·         Horacio. (2006). Odas y Épodos. Sátiras. Epístolas. Arte Poética. México: Porrúa.